La cita era puntual. Las 10 son a las 10. No
concibo la puntualidad de algunos que llegan antes o después.
Entré a uno de los salones del hotel. Sin duda de
los más lujosos de la ciudad. De inmediato, el aire acondicionado me hizo
entrar en confort. A pesar de que el cielo nublado estaba lagrimeando en la
ciudad y el asfalto lucía húmedo, el ambiente no era fresco. Hacía calor.
Al entrar, pude darme cuenta que era un gran evento
al que me habían invitado. Padres de familia, maestros, representantes
oficiales de los funcionarios de gobierno, estudiantes, fotógrafos
profesionales y también fotógrafos telefónicos. Todos listos para captar la
mejor toma, la mejor sonrisa, el momento preciso en el que alguno de los
muchachos acudiera al estrado a recibir su premio.
Al fondo, las letras alusivas al evento. “Encuentro
de Lectores y Escritores de Chiapas”. No pude evitar sentirme
emocionado cuando mi vista recorrió el salón y pude darme cuenta que muchas
personas a las que yo admiro por su manera de escribir estuvieran en ese
evento. Grandes escritores chiapanecos estaban ya sentados ocupando un espacio.
De pronto, me llamaron.
A la distancia, una persona me indicaba que una
silla estaba vacía y me dirigí a ella para ocupar mi lugar. El evento iba a
iniciar.
En la mesa estuvieron sentados conmigo muchachos
que tienen entre 13 y 14 años de edad. Todos ellos originarios de municipios
indígenas de los altos de Chiapas.
Y como es mi costumbre, me dispuse a platicar con
ellos. Además, para eso me habían invitado al evento.
La comunicación entre dos personas que no se
conocen al principio siempre es poco fluida. Sin embargo, ésta vez no fue así.
Todo iba marchando bien. Los muchachos se dispusieron a hacerme muchas
preguntas, todas ellas sobre la manera en la que escribo mis remedos de
escritos en mi blog personal.
Llegó mi turno de preguntar. Uno a uno les fui
cuestionando sobre su familia, su escuela, sus materias. Pero al ver que todo
caminaba bajo la normalidad, me dispuse a mover esquemas.
Me dirigí hacía el muchacho más callado del grupo.
El que solo respondía con secos monosílabos. Observé que tenía los labios
agrietados y deduje dos cosas: o tenía frio por el clima o estaba nervioso.
Israel lleva por nombre ese muchacho de mirada
noble. Noté que sus zapatos eran nuevos. Perfectamente brillosos y sin ninguna
grieta.
No pude evitar recordar cuando de niño mis padres
me compraban “papos” para ir a un evento importante. Y fue Israel al que le
hice algunas preguntas:
- Israel,
cuéntame…¿tienes internet a tu alcance?
- Si
- ¿Cada cuanto lo usas?
- Los sábados, porque
tengo que juntar 10 pesos para pagar la hora en el “ciber”.
- ¿Para que usas el
internet, Israel?
- Busco las tareas que
no encuentro en los libros. Los maestros me la dejan desde el jueves porque el
viernes ellos se van de la comunidad y pues nos dejan bastante tarea.
- ¿Sabes que significa
facebook?
- No
- ¿Sabes que significa
XBOX?
- No
- ¿Sabes que significa
Wii?
- No
- ¿Que haces en tus tiempos libres, Israel?
- Me gusta leer libros
Quizá para Israel fue un simple contestar. Pero
para mí, fue un ácido reflexionar. Y mi sorpresa fue mayúscula cuando hice la
última pregunta:
- Israel, dime..¿cómo le
haces para leer los libros?
- Voy a la biblioteca. He leído a Shakespeare, Alejandro Dumas, Neruda y el que más me gusta es "El conde de Montecristo". Me gusta leer porque quiero ser médico y mi papá dice que debo de leer
para no ser campesino como él. Lo que no me gusta es que tengo que caminar una
hora de mi comunidad al pueblo para que me presten el libro en la biblioteca de
la presidencia.
El evento estaba por acabar. De inmediato la mesa
del presídium se integró. Leyeron la lista. Acudió el “representante
personal” de cada funcionario invitado y agradecieron y disculparon al funcionario como siempre.
Después de los discursos de aliento y de
reconocimiento para los muchachos, salimos del evento. Todos nos fuimos en paz.
Bueno, yo no iba en paz. Las palabras de Israel sonaban en mi mente como cuando
rebota una pelota de básquet en un auditorio vacío.
Me dio tristeza reconocer que los jóvenes que estudian en la
ciudad a la mayoría no les gusta leer. No lo digo yo, lo dicen las encuestas publicadas en diversos portales de la web.
No pude dejar de comparar entre los muchachos de la
ciudad y lo que Israel me había platicado. Comparé cultura y diversiones.
Pero más allá de eso. comparé futuros. Deseos por prepararse ante la vida y para la vida. Me entristecí.
Me acordé de las pláticas sostenidas con mis
amigos. Recordé todos los comentarios que hacen sobre lo diestros que son sus
hijos jugando el XBOX.
Recordé que muchos padres de familia se quedan
tranquilos por saber que sus hijos están sentados frente a la computadora por
la tarde, metidos en su facebook. “Es la edad de la modernidad y no
puedes cerrarte a ello”. Cien veces he escuchado esta frase. Todo para que
los padres tengan tiempo y espacio para hacer sus propias cosas.
Y también me acordé que en una ocasión, le obsequié
a un sobrino un libro. Me acordé de su rostro. No, corrijo: me acordé de su
rictus cuando vio que su regalo era un libro. “Pensé que era un juego de video
por la forma de la caja, tío”, atinó a decirme.
Me acordé que hoy ya es rara la casa que posea un
librero. Hoy libros solo están en la casa de los abuelos. La moda minimalista y millennials ya no permite libreros en el hogar del matrimonio moderno.
En fin, fueron tantas cosas que recordé que hasta
hoy día sigo reflexionando al respecto. No sé si los de la ciudad están mal o
los de la comunidad lo están. O quizá los dos están bien.
No sé si el padre de familia de la ciudad está
haciendo lo correcto para que su hijo sea licenciado o será el campesino aquél
quien lo está al inculcar la lectura en su hijo para que éste sea médico.
No sé si el padre de familia de la ciudad está
haciendo lo correcto cuando le transfiere la responsabilidad de los hijos a los
maestros de la escuela, “Que sean ellos que eduquen a mis hijos, que para
eso pago una colegiatura”.
Más allá del tema del XBOX, del Wii o de cualquier
otro juego de consola, aquí lo que me preocupa es la cultura que estamos
inculcando a los hijos y la actitud que los estudiantes tienen para ellos mismos.
Jóvenes que no se dan cuenta que lo tienen todo sin valorarlo. Ver que muchos tienen todo y a la vez nada. Ese es el punto central de esta reflexión.
Y con respecto a ese muchacho lector de obras
literarias, quizá no salga de ahí, en esa comunidad indígena, con la preparación
que le da un libro, sentado en la calle mas solitaria de su mente. O tal vez
Israel logre alcanzar sus sueños algún día.
No sé si Israel algún día pueda egresar de la universidad titulado o bien, tenga que tenga que renunciar a sus sueños para ir al llamado que le hará el campo cuando tenga que ir a trabajar en la milpa para conseguir dinero para la comida de su familia.
Todo esto no lo sé de cierto. Tal vez la respuesta
nunca llegue. Quizá preguntando con los muchachos de secundaria encuentre
alguna respuesta. O probablemente encuentre algo al preguntar a los padres
de ellos.
¿O será acaso que tendré que recurrir a algún papel
empastado, de esos que muchos llaman libros, para encontrar la mejor de las
respuestas?
Al tiempo la verdad. Sólo al tiempo.
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